Cortando el aire con la cara, el suelo no se mueve. Aún puedes girar la cabeza hacia arriba, y ver la Cessna alejarse, como absorbida por el cielo…
ARTÍCULO SEMIFINALISTA DEL I CONCURSO DE REDACCIÓN AERONÁUTICA EXTRACREW

Cortando el aire con la cara, el suelo no se mueve. Aún puedes girar la cabeza hacia arriba, y ver la Cessna alejarse, como absorbida por el cielo. Devuelves la cabeza al suelo, ¿qué suelo?, desde allí lo de abajo es sólo un mapa, un mapa que se extiende en todas las direcciones. Ver un horizonte circular, todos los horizontes. La fortuna de poder observar desde allá arriba la circularidad de la tierra. Algo que sólo hoy puede hacerse. Algo por lo que gran parte de aquellos pioneros de hace menos de un siglo hubieran pagado con diez años de su propia vida, sólo por verlo, por disfrutarlo, por comprobarlo y saborearlo. Un milagro.

Tú lo degustabas así, los cientos de kilómetros sobre tu cara, el golpe constante de un aire que parece acelerar hacia arriba. Y sobre todo eso, la sensación. La sensación de ver como el gran mapa, cortado en circulo por un cielo eterno, no se acerca lo más mínimo. Tú lo escuchaste cuando eras un niño, se lo escuchaste a algún paracaidista loco, alguno más, que hablaba acerca de la sensación, mientras en la pantalla del televisor salían imágenes de paracaidistas y él mismo, haciendo acrobacias en el aire. Esa sensación, decía, mientras uno queda como hipnotizado viendo a los acróbatas del cielo en el televisor, esa sensación como de volar. Aunque el salto más largo no te deje más que un minuto de goce, de caída, de vuelo, aunque dentro de un tiempo tan reducido en la vida de cualquiera, sesenta segundos, la sensación se hace eterna, igual que el cielo, que es todo allá arriba, y que devora el mapa allá abajo. Y es porque el tiempo allá arriba no existe, o quizá si existe, pero se estira. Uno no puede más que agradecer a Einstein haberle puesto nombre al hecho mágico.

El tiempo, allá arriba, es relativo, porque deja de ser. Igual que aquí abajo un minuto puede verse disuelto con espantosa o deliciosa rapidez, fundido en un beso, allá arriba el minuto desaparece, y deja lugar a la pausa. Sobre todo por el suelo, porque el suelo no se agranda como debiera, queda quieto, hermoso, y uno queda estático en mitad de la nada, parado, saboreando aquel milagro con el que el hombre lleva soñando siglos y siglos.

Saboreas la ocasión, hasta que el altímetro dice pi desde la muñeca. Entonces tomas la anilla que sacude el pecho, emanando de alguna región del arnés. Entonces aprietas el puño, anilla en el interior, con aquella idea. La idea, comentaba el loco acróbata del reportaje, la idea de que unos segundos más y mueres, algo que simplemente sabes porque así te lo han enseñado, pero que tus ojos se niegan a creer, porque ves el mapa, a cientos de kilómetros, exactamente igual que cuando te desprendiste del avión. Tu cuerpo, tu sangre, todo se resiste a creer que sea necesario tirar de la anilla, porque está volando, porque eres un pájaro, y a un pájaro no se le dice que no puede volar. Un pájaro vuela, y tú, tú eres un pájaro.

Pero al final la inercia vence al ave, y uno tira de la anilla, dejando así la posibilidad de volar hasta el final para el próximo salto. Y allá arriba, donde decíamos que el tiempo transcurre tan despacio, se puede calcular con total precisión esas décimas de más en que el paracaídas no ha pegado el tirón. Y cuando esas décimas se convierten en un par de segundos, tres, uno mira hacia arriba, y ve que el cielo continúa a la vista, que ninguna enorme tela se interpone entre el azul eterno y los ojos. Entonces uno olvida que es un pájaro.

Entonces uno vuelve a ser persona, entonces miras de nuevo abajo. Y el mapa ahora es suelo, otra vez.

Entonces ahora sí aprecias la altura, y quizá durante algún segundo, buscas en tu memoria el momento en que dejó de ser mapa, el momento en que de nuevo ingresaste en una circunstancia, en que de nuevo volviste a formar parte irremediable de un sistema de atracción, de una o dos leyes de física.

Tu mano, por supuesto, ya está sobre la anilla d