Dada la naturaleza de su actividad, los tripulantes deben prestar una atención especial a sus costumbres nutritivas. La fragilidad del organismo es controlable llevando a cabo una dieta nutritiva, sana y adecuada. Males concretos, remedios puntuales. Dieta del viajero.
Sabemos que el organismo humano tolera mal los cambios. Pequeños transtornos, como mareos, insomnio o alteraciones digestivas suelen hacer acto de presencia cada vez que realizamos desplazamientos que implican cambios de temperatura o de horarios. Esta fragilidad del organismo -que podría representar una grave incomodidad para ejercer una profesión como la de tripulante de vuelo- es sin embargo fácilmente controlable llevando a cabo una dieta nutritiva, sana y adecuada.

UNA CUESTIÓN DE HÁBITOS
En el caso de los tripulantes, debido a la naturaleza itinerante de la profesión, la mejor solución para prevenir estas dolencias es adquirir un buen hábito nutritivo. Existen alimentos cuyas propiedades facilitan al organismo las sustancias que necesita para que las distintas condiciones climatológicas y los nuevos ritmos de sueño no alteren el su buen funcionamiento.

Estando de línea conviene ingerir frutas frescas, zumos naturales, dátiles, vegetales de hoja verde, cereales integrales, tomates crudos, aguacates, almendras y cacahuetes sin procesar, miel, aceite de oliva virgen y agua son los mejores aliados. Sus propiedades pueden evitar que el tripulante sufra desde repentinos dolores de cabeza hasta cuadros de ansiedad.

En los hábitos alimenticios de los tripulantes se debe reducir al máximo el consumo de embutidos, salvo el jamón ibérico, cuyas propiedades son casi equiparables al milagroso aceite de oliva virgen.

Antes del vuelo habrá que eliminar fritos, congelados, comida preparada, bollería industrial, sopa de sobre y alimentos enlatados, cuyas propiedades originales quedan, en la mayoría de casos, extraordinariamente diluidas por conservantes, nitritos, potenciadores y demás aderezos químicos.

Las comidas han de tender a ser relativamente frecuentes y poco copiosas. La distribución recomendable de la energía, según Abel Mariné, profesor de Nutrición y Bromatología de la Universitat de Barcelona, debe ser de un 25% en el desayuno (que se puede repartir entre un 10% antes de salir de casa y un 15% a media mañana), un 40% en la comida y un 35% en la cena.

Por otra parte, conviene repartir de forma equitativa la energía, ya que cuanto más copiosa es una comida, más elevado será el nivel de glucosa en la sangre y en consecuencia se segregará más insulina (grasa). No olvidemos el refrán de grandes cenas están las sepulturas llenas, una cena moderada es muy aconsejable.

En el destino, es aconsejable ser prudente con el consumo de alimentos crudos y agua. La fruta debe pelarse siempre y mejor tomar los vegetales cocidos que crudos. Aunque la cocción elimina parte de sus propiedades, es importante no correr riesgos innecesarios.