Consideraciones del piloto del vuelo Madrid-Amsterdam que tuvo que ser evacuado de urgencia tras una supuesta amenaza de bomba. Vista del avión que tuvo que ser evacuado de emergencia en el aeropuerto de Amsterdam. Muchos de ustedes habrán oído la noticia: un avión de Iberia tiene que aterrizar de emergencia en Ámsterdam cuando, minutos después del despegue, un pasajero amenazó con hacerlo estallar. Pues bien, en cierto modo están ustedes de suerte, porque uno de los Pilotos de ese avión era yo. Y les puedo contar algunas cosas.

Dejando aparte consideraciones en las que no puedo entrar por motivos profesionales, sí puedo decirles que la situación se produjo con tal rapidez que se hizo imperativo tomar una decisión en un escaso lapso de tiempo.

Pero sobre todo quiero que sepan algo que, como usuarios del transporte aéreo, les interesa: yo podría hacer infinitas consideraciones sobre los hechos desde muchos puntos de vista, pero si al final he de quedarme con algo, sin duda conservaré para siempre la absoluta seguridad que, a la hora de hacer lo que se esperaba de mí, me otorgo la actuación de unos compañeros cuya altura profesional vuela tan alto como los propios aviones en los que trabajan.

El Comandante no sólo puso el avión en la 27 de Ámsterdam en el pequeño lapso de tiempo que la situación exigía, sino que en todo momento ejerció el liderazgo del equipo con el que contaba con el mayor de los aciertos. Su actitud hacia nosotros, su tripulación, fue la de dar a entender que confiaba en nuestro buen hacer y capacidad para manejar la situación a la que nos enfrentábamos, con la absoluta certeza de que no le íbamos a fallar. Esto no es algo que se pueda apreciar de un modo tangible o empírico, pero tengo la creencia de que un verdadero líder sabe crear ese clima de confianza que posibilita que todo el mundo dé lo mejor de si mismo; y les puedo garantizar que aquella envidiable manera de llevar el timón se percibía de manera inequívoca.

Respecto a la tripulación auxiliar, sólo voy a darles un dato: el avión iba completamente lleno, y fue evacuado en una fracción de tiempo que me atrevo a aventurar inferior a dos minutos sin que nadie resultara herido. Los cuatro auxiliares del Iberia 3245 llevaron a cabo una actuación profesional impecable, que dejó el avión vacío con la eficacia propia de quien sabe que vive de una Profesión que algún día puede enfrentarle a este tipo de cosas, y se prepara concienzudamente para el momento en que pueda llegar a plantarles cara. Incluso siendo conscientes de que el azar pudiese mantenerles ajenos a cualquier situación de este tipo a lo largo de toda su vida, mis compañeros demostraron que su compromiso con sus pasajeros y su Profesión no tiene ni una sola cuenta pendiente.

Si me han leído alguna vez, sabrán que insisto en la necesidad de que la Aviación sea considerada una Profesión a todos los efectos, no un mero trabajo. Una actividad de nuestros tiempos en la que sólo quepa quien es capaz de ofrecerles una garantía que rara vez se hace efectiva, pero que acaba valiendo su peso en vida el día en que el destino decide que sus letras venzan y pasen al cobro de la eficiencia, el saber hacer y el débito inexcusable con la altura a la que se ha de estar. Para poder seguir estando.

Por eso, y aún sabiendo que soy injusto -porque me consta que tengo muchos compañeros y compañeras que hubiesen actuado con la misma excelencia- me van a tolerar que les diga una cosa: si alguna vez vuelan y escuchan que su Comandante es Carlos Giménez Oyonarte, o si miran la placa que lleva la tripulación de cabina en su chaqueta y se dan cuenta de que su sobrecargo es Rafael Rocha Martínez, o que sus Auxiliares se llaman Ivan Ruiz Sánchez, Antonio Fernández Morales o Hugo Ruiz Sánchez… no se preocupen por el vuelo ni un poquito. Están en muy buenas manos.

Se lo digo yo, que he tenido la inmensa suerte de trabajar con ellos.