Una ficción que relata las azañas de unos pilotos de guerra cubriendo una misión de escolta.
ARTÍCULO SEMIFINALISTA DEL I CONCURSO DE REDACCIÓN AERONÁUTICA EXTRACREW
A pesar del frío, por fin me dormí. Envuelto en la manta acurrucado en un rincón del edificio de descanso de tripulantes, en la improvisada base aérea. Tres horas de vuelo antes, despegaba de Terranova junto a otros 16 cazas rumbo a Islandia. Podríamos haber hecho el trayecto en barco, pero las hostilidades encontradas por los primeros bombarderos de la octava fuerza, que habían hecho incursiones en Holanda, hicieron que el mando aéreo nos enviara como medida urgente para realizar tareas de escolta. Efectivamente, no era una medida habitual, que los cazas americanos destinados a colaborar con la RAF, hicieran el trayecto desde Estados Unidos, volando con su propia autonomía por el atlántico Norte. Esta ruta, normalmente sólo era cubierta por los grandes bombarderos. El resto de aviones, viajaban desmontados en barco. Pero nuestra presencia era urgente, dada la imposibilidad de la RAF, para escoltar a nuestros aviones.
La ruta por el atlántico Norte, de 1400 millas desde Terranova hasta Prestwick, era factible para nuestros P-51, siempre y cuando tuviéramos, al menos un punto intermedio para repostar, (El P-51 con depósitos extra, tenía un alcance de más de 1000 millas).
Para ello, dos improvisadas bases en Groenlandia, y una en Islandia, nos servían de escala.
Pero nuestro viaje había empezado antes, en Illinois. Casi 4 horas de vuelo hasta la base Gander en Terranova, repostar, y despegar inmediatamente con rumbo a Reykjavik para aprovechar el viento favorable.
Apenas 3 horas de vuelo y 16 pilotos cansados y hambrientos llegamos aquella noche a Islandia. Después de estirar las piernas y comer algo, nos retiramos a descansar unas pocas horas, porque en la base de Prestwick nos esperaban al amanecer. Los p-51 necesitaban tiempo para ser revisados y preparados para el combate, y nosotros, tiempo para habituarnos a la nueva rutina de la guerra. Y había bombardeos programados que requerían de nuestra escolta en 2 días.
Adormecido, me levanté a media noche junto con el resto de pilotos. Tras comer y beber abundante agua, nos dirigimos al briefing. El capitán Kabb nos comunicó que había reporte de mal tiempo cerca de las Feroe, y aunque mantendríamos una ruta que bordeaba el núcleo tormentoso, no podríamos mantener un nivel de vuelo muy alto para no entrar en las nubes y poder mantener el mar a la vista.
Despegaríamos y nos dirigiríamos a un punto de la costa frente a la pista, en el que nos agruparíamos en grupos de 4 dejando media milla entre grupo y grupo. Ascenderíamos hasta 10.000 ft con rumbo 125º y ajustaríamos la velocidad de crucero a 275 kt. Teóricamente con ese rumbo, en dos horas estaríamos cerca de Glasgow, en un punto de notificación, en el que pondríamos rumbo 150º hasta Prestwick. Eso si no teníamos viento en contra.
Yo iría en el grupo 4, de nombre clave Delta. De modo que mi indicativo era Delta 4. E iría siguiendo el ala de Delta 3 (Dickie Williams), que a su vez seguiría a Delta 2 (Leon McMaster) y éste, a Delta 1 (Mike Carson) que era el jefe del grupo. En fin, yo sería la cola del pelotón.
Me dirigí a mi avión. Hice una revisión exterior rápida, dentro de lo que me permitió la oscuridad de la noche y aproveché para descargar la vejiga mientras comprobaba el timón de dirección. Me coloqué el paracaídas apretando con fuerza el arnés y me introduje en la pequeña cabina. Dejé el casco y la mascarilla en el borde de la carlinga mientras colocaba el paracaídas en el asiento, y comprobaba que la distancia de los pedales no había variado desde unas horas antes.
Abrí mi bolsa de vuelo, y saqué el mapa de la zona, las listas de chequeo, un papel y un lápiz, y tras cerrarla, la dejé a tientas en el pequeño compartimiento de tela previsto para tal fin en el costado derecho de la cabina. Tras colocar las listas en una pinza del panel, fijé el mapa y el papel a mi pierna con una goma elástica.
Al escuc